Estas declamaciones sobre la fotografía
pretenden cosquillear puntos sensibles, a fin de provocar opiniones diversas y
respuestas dispersas.
Por Katrina Pennington
Por Katrina Pennington
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De un día para otro, todos amanecimos
como fotógrafos. Pantalla en mano, corre por delante nuestro un flujo de
imágenes cotidianas (comida, gatos, selfies) y eventos extraordinarios
(protestas, noticias, tragedias). Por un lado democratización, expresión, y
conciencia política. Por el otro, exceso, indiferencia y superficialidad.
El negativo de la foto concebida como
objeto sin sentido es la fotografía pensada como acción de poder. Poder de
adquisición: “tengo el iPhone 6S y se nota” o de juventud, “mírenme que aún estoy bello”. Poder de ubicación: “estoy en el
aeropuerto camino a Cancún” o de conocimiento, “soy suficientemente inteligente para que esto me
importe”. Poder de gusto, “¿te das cuenta que soy artístico?” o de
indiferencia: “todo lo que no sale en mis fotos es por una decisión inversa
sobre la expresión de mi inteligencia, gusto y experiencia del mundo”.
Los científicos del conocimiento
aseguran que disparamos y somos disparados miles de veces al día. Aunque nunca
haya existido una foto neutra ni mucho menos silenciosa, ahora, entre tanto ruido
moderno, las fotos se vuelven más desesperadas. En medio de esta guerra urbana,
vale preguntarnos: ¿Qué fotografío y por qué? ¿Qué propongo, o me niego a
proponer, con mis imágenes? ¿Cómo represento mi diálogo visual con el mundo?
¿Soy autocrítico con el vocabulario de mis imágenes? Por otro lado, como
receptor, "presa", más que consumidor: ¿Me doy cuenta que la
fotografía es una representación subjetiva y maleable de la realidad? ¿Cómo
evalúo la mirada del fotógrafo; condescendiente, ingenua, comprometida? ¿Me
importa la ética que rodea a la fotografía, o creo en el arte por el arte?
Entre balas y sonidos de construcción, en el coro no hay voces unánimes.
Cada fotografía grita su historia visible
y, al mismo tiempo, susurra su historia escondida fuera del encuadre. El auto-retrato compartido
abarca y abraza los 97 anteriores que no tuvieron el ángulo, la luz ni el
puchero preciso. La foto con la pareja insinúa las peleas de anoche y el
intento de reconciliación. El retrato de protesta en 2015 esconde y revela las
secuelas de 17 años de dictadura.
El problema con la fotografía, así como
con la escritura, es que una vez que comenzamos a ver las fantasmas detrás del
revelado, todo comienza a deshacerse. Las piezas de la máquina visual se
vuelven visibles; las palabras se decepcionan de sí mismas. El selfie por el
selfie ya no sabe igual. Terminaremos todos de manera precaria, evangélicos
declamando en una plaza vacía. Entre cigarrillos y tiritones de frío, alguien
se acordará de nuestras armas. Ahora cada compañero cuenta con un portal, por
humilde que sea, para sacar la voz. Arte, política, periodismo, poesía,
parodia. ¿Por dónde vamos? El vagabundo más endeudado se atreve a preguntar.
¿Democracia? ¿Revolución?
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